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martes, 15 de abril de 2014

El rol político del trabajo social: Un desafío de ruptura con la matriz capitalista neoliberal.



Luis Vivero Arriagada·

 

 

“Mi cuestión no es negar  la politicidad  y la directividad  del educador o de la educadora, tarea por lo demás imposible de convertir en acto, sino, asumiéndolas, vivir plenamente la coherencia de mi opción democrática con mi práctica educativa, igualmente democrática”. Paulo Freire

 

 

Introducción


Para el abordaje de este tema, no partiré haciendo un análisis histórico del trabajo social, dado que no  es el propósito de este documento hacer una revisión histórica de la asistencia social, de lo cual por cierto, se encuentra una amplia variedad de literatura al respecto. Pero sí vale recordar, que existe en la génesis de la asistencia social, una fuerte influencia del cristianismo por un lado, y luego ya en el proceso de profesionalización de la ayuda social,  una concepción de carácter racionalista, fundamentada en términos generales, en una combinación de la razón y la empiria, por un lado, y de la ciencia y la técnica por otro, característico del paradigma dominante de la modernidad, y que permitió entre otras cosas, el auge del capitalismo. Sobre ello Ibáñez (2001: 84) nos ilustra al señalar que:

 

“La modernidad nace a la par de un conjunto de innovaciones tecnológicas, que darán origen a un nuevo modo de producción. Este se irá configurando lenta­mente como el modo de producción capitalista dando luz al proce­so de la industrialización”.

 

 Es así entonces que esta nueva forma de mirar el mundo social, sustentada en la racionalidad, no sólo permite el auge del capitalismo, sino que el trabajo social como parte de este modelo, está  fuertemente dominado por la concepción racionalista.

Esto en el ámbito de la asistencialidad, se traduce, no sólo en la profesionalización de la ayuda social, sino que además en la tecnificación en dicho proceso. Entonces en este sentido, a pesar de que no profundizaré en el desarrollo histórico del trabajo social, igual me aventuraré en  desarrollar algunas reflexiones críticas respecto de la génesis de la profesión. A partir de ello, iré armando ciertos lineamientos,  para respaldar  mi primera tesis: el trabajo social surge desde el  interior del capitalismo y en consecuencia, ha  reproducido la exclusión social o mantenido un statu quo.

Por lo tanto se sostiene que el pecado original -por decirlo de alguna forma- del trabajo social, es ser producto del capitalismo, y haber continuado su desarrollo ligado a éste, y no enfrentado con el capitalismo[i]. Pero además de operar como un recurso de éste, para minimizar, invisibilizar o negar determinadas prácticas de dominación, explotación y exclusión social,  hoy llevadas a un extremo darviniano, con el triunfalismo del neoliberalismo en la mayoría de los países latinoamericanos, y particularmente en Chile, en donde el ethos neoliberal cobra mayor sentido y significado, no sólo por las desigualdades que ha provocado, o por sus efectos nefastos en toda la dinámica social y cultural, sino por la forma misma en que éste se impone.

Vale mencionar que el neoliberalismo en Chile irrumpe en el mundo por la mano sanguinaria de la dictadura de Pinochet, una dictadura facista que duró diecisiete años que dejó instalado un sistema jurídico, social, cultural y ético, que los gobiernos de la Concertación[ii] no han sido capaces –o no han tenido la voluntad política- de cambiar, sino que, por el contrario, han seguido administrando, salvo algunos maquillajes que más que en un cambio real, se dan en el ámbito del discurso y la retórica. Pero como bien lo refiere el dicho popular, aunque la mona se vista de seda mona queda. Lo que bien podría ser que, aunque el neoliberalismo se vista de humanista y democrático imperialista se queda.

La segunda tesis guarda una estrecha relación con lo planteado anteriormente y, por lo tanto, se sostiene lo siguiente: el trabajo social ha negado su rol político como mecanismo de autorrepresión respecto de su propio sometimiento a la ideología capitalista-neoliberal, y a los intereses y prácticas dominantes y hegemónicas de este sistema. Pero asimismo esta negación, en la práctica se traduce en una  inconciente o irreflexiva acción política, que ubica  al trabajo social como un eficiente recurso de contención de las prácticas y movimientos emancipadores que podrían generarse desde los sectores excluidos. Por lo tanto, este no-cuestionamiento demanda de la profesión,  una profunda revisión ética y política de nuestras prácticas y nuestros saberes.

Entonces, a partir de las dos tesis anteriores es que se postula como una síntesis, que el trabajo social debe emanciparse de la dominación ideológica del neoliberalismo, y asumir su inmejorable rol político e histórico en la dinámica social, y en la  utópica aventura de construir una sociedad más justa, más solidaria y más democrática. En este espacio de relaciones de poder, es que el trabajo social en cuanto sistema de representaciones sociales e ideológicas debe definir, clarificar políticamente en qué lado del conflicto se sitúa, lo cual significaría en definitiva, reconocerse como un recurso instrumental de la ideología dominante y hegemónica, o como un espacio y mecanismo de lucha de los sectores dominados.

1.- ¿Son los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales agentes de cambio?


Si partimos de la tesis de que el trabajo social surge desde el interior del capitalismo, y que por lo tanto su accionar conlleva a una reproducción de la exclusión social o mantenimiento de un statu quo, y para aventurarse en responder a este cuestionamiento, vale la pena apoyarse en Barrantes (19­99) cuando se pregunta ¿Qué es eso que llaman trabajo social? Una pregunta que bien podría ser re­­visada desde lo ontológico,  y desde ahí develar el ser del trabajo social, y fenomenológicamente sus significados trascendentales de ese ser. O incluso podríamos afirmar desde un realismo ontológico, que el trabajo social ES, independiente de los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales. ¿Pero cómo llegó a ser? Sería otra pregunta en esta línea. Entonces, si entramos con este cuestionamiento que hace Barrantes, desde lo ontológico (vale decir que esto no es lo que desarrolla el autor, a pesar que igual se esbozan análisis en dicha línea, sino más bien lo que hay es una reflexión epistemológica), lo  cual en sí, resulta bastante interesante y desafiante.

Aprovechándome de la pregunta de Barrantes, nos involucramos en una reflexión ontológica, que nos permita develar el ser mismo del trabajo social, es decir, quées el trabajo social. Lo cual además, desde la fenomenología, podríamos interpelarnos en la siguiente pregunta ¿cuál es la esencia, su sentido en el mundo de lo social, o en la realidad construida? (realidad construida y no dada); es decir, cuáles son sus significados en el ámbito de lo relacional, de lo intersubjetivo, de las alteridades en interacción. Y sobre esto mismo, podríamos ir un  poco más allá, y preguntarnos por su esencia política. Pero aquí es donde chocamos con una muralla que nos  impide avanzar hacia la reflexión de esa dinámica relacional, en donde nos situamos en una dualidad de roles: de poder y de dominación. Aquí es donde muchas veces, aparecen nuestros más ocultos, reprimidos miedos, nuestros fantasmas, y nos negamos a preguntarnos sobre este aspecto oscuro, malévolo y siniestro para ciertos tipos de discurso, tanto dentro del trabajo social, como fuera de éste, en toda su expresión societal.

Esta no-reflexión política, la negación de lo político es talvez, porque presumimos una respuesta que no queremos escuchar, o no queremos aceptar, lo que al final significa lo mismo; es decir,  en la práctica todo va quedando igual, se continúa haciendo lo que siempre se ha hecho, lo que se nos dice que hagamos (ya sea desde lo que la formación define como nuestro quehacer o lo que la burocracia institucional dictamina en nuestros diferentes trabajos), y como diría Foucault, los unos siguen de un lado y los otros del otro lado ¿Y en qué lado nos ubicamos nosotros los trabajadoras sociales y las trabajadoras sociales?

En este último sentido, asumimos el riesgo de un cuestionamiento desafiante, movilizador  y conflictivo, y a la vez político. Porque más allá de una explicación para una pregunta concreta o la respuesta políticamente correcta de ésta, nos mueve la necesidad de un proceso reflexivo, crítico que desemboque en una posibilidad  revolucionaria[iii] de cambio social. En este marco no me interesa entrar a responder si el trabajo social es ciencia o tecnología, o si para unos es ciencia o para otros tecnología, sino que, al servicio de quién estaría esta ciencia o tecnología, para qué usos y con qué fines. Es así entonces, que la reflexión y el análisis pasa –o mejor dicho transita- desde lo ontológico a lo político. Porque es en virtud  de los fines declarados en ciertos ethos o principios, que el trabajo social puede constituirse como un mecanismo de control social o de mantenimiento de ciertas dinámicas relacionales (Vivero 2007) entre actores participantes en un proceso de intervención[iv]. O por el contrario, romper con esta lógica de dominación, y asumir una práctica liberadora.

En otras palabras, lo que es el trabajo social, se presenta cristalizado en una práctica política. Pero una práctica política negada o invisibilizada desde el mundo de la ideología misma en que se construye el  trabajo social. Pero sin embargo, esta reflexión e interpelación política, no está presente en las prácticas de los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales porque la misma ideología niega esta posibilidad, lo cual está iluminado por su ethos individualista, pragmático y tecnoburocrático, lo cual se ve reflejado como suerte de desiderato, en que el trabajador social y la trabajadora social debe ser imparcial, objetivo y no político. Más bien, el quehacer profesional, está  hoy más que nada fundamentado en una racionalidad de carácter instrumental, que responde también a su génesis fundada en el positivismo, lo que paradójicamente no sólo es epistemológico en tanto construcción de conocimiento y forma de dicha construcción, sino que esta misma concepción que se impone como verdad, es en sí misma política. Pero que los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales prácticos, por estar sometidos a cuantificación y objetivación de sus haceres, se niegan a sí mismos a detenerse en una reflexión de los fundamentos y las  consecuencias políticas de su quehacer y de los saberes que fundamentan dicha acción.

Esta negación de lo político en Chile, podría tener como explicación e interpretación[v], la herencia autoritaria tanto de la formación del trabajo social, como de todas las relaciones sociales, contaminadas con los ethos impuestos por la dictadura de Pinochet  (Vivero 2007), entre ellos los miedos y traumas, respecto de lo político. Situación por cierto –con sus naturales y necesarias diferencias- se presenta en toda nuestra América Latina, que fue azotada por dictaduras militares. Pero esta  negación no sólo se presenta en el ámbito de la práctica cotidiana del trabajo social, sino que desde la misma formación se minimiza el rol de lo político[vi]. Esto, como si la noción tecnocrática, se tradujera en la cotidianeidad de la acción, que los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales  nos transformemos en seres indolentes, sin clase, como si la objetividad y la neutralidad a la vez signifique la más radical cosificación del otro o la otra y una prohibición casi religiosa, de cualquier proceso de intersubjetividad con los hombres y mujeres que son sujetos de la acción social transformadora[vii]. Es negar la posibilidad de impregnarse, de empapare de los sentidos, de los significados, de los saberes y de la conciencia revolucionaria que podemos encontrar en nuestros alter egos.

Esto último sin duda tiene que ver con una construcción de significados de lo político, de la capacidad de asumir un poder de transformación desde los actores de la marginalidad, lo cual es negado implícitamente en la intervención social, fundada en la génesis de la profesión. Sobre esto Martinelli (1997) es bastante claro en el contenido político del hacer del trabajo social; a este respecto señala que:

 

"…la profesión nace articulada con un proyecto de hegemonía del poder burgués gestada bajo el manto de una gran contradicción que impregnó sus entrañas, pues producida  por el capitalismo industrial, inmersa en él y con él identificada, como niño en el seno materno (...), buscó afirmar históricamente (...) como una práctica humanitaria sancionada por el Estado y protegida  por la Iglesia con una mitificada ilusión de servir".

 

Entonces, si se puede dar una respuesta al cuestionamiento que subtitula este apartado -¿son los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales agentes de cambio?- , la respuesta sería: No, no es un agente de cambio. Esta respuesta que tiene el riesgo de ser interpretada como una negación, o subestimación del rol arraigado en el discurso de los y las profesionales de la acción. Pero en realidad esta respuesta busca poner en cuestionamiento las connotaciones epistemológicas e ideológicas que este rol carga en sí mismo, una reflexión de cómo éste puede ser cristalizado en la acción cotidiana. En este sentido, me resulta un tanto soberbio y arrogante, asumirse como agentes de cambio, sin considerar que el cambio es construido en la interacción social, con y desde los sectores subalternos, que luchan diariamente –conciente o inconcientemente- contra la dominación y la exclusión de la cual son víctimas, desde las más diversas formas y con los más variados mecanismos simbólicos. Asumirse así, sin cuestionamientos de ser los agentes del cambio, es ponerse  en una condición de superioridad, respecto de los sectores excluidos con los cuales se desarrolla la acción transformadora, una concepción autoritaria y excluyente,  por el solo hecho de tener un cierto bagaje de conocimientos y saberes técnico-científicos. Más bien frente a la pregunta que nos interpela, partiría señalando que los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales son partícipes de un proceso de acción socialque podría estar orientado al cambio o la transformación social.

Sobre lo mismo es menester señalar, que no toda acción en la cual se participa, conlleva a un cambio, y en  ciertos casos muchas veces es el y la profesional, quien mandatado explicita o implícitamente[viii]  quien coarta la posibilidad de generar un verdadero cambio social o avanzar en un proceso de acción transformadora. Por otro lado, estimo que el trabajador social y la trabajadora social en particular y la profesión en general, no son  ni serán agentes de cambio, sino que a lo cual debemos aspirar es a ser parte de ello, con los otros actores, involucrarnos activamente en dicho proceso, reconociéndonos en la misma clase y con la misma utopía revolucionaria[ix].

 

2.-La negación de lo político


La  lógica postmoderna ha hecho desaparecer lo político o simplemente lo ha reducido a  una exterioridad corpórea fetichizada, una identificación con lo exterior al sujeto, una anulación del sujeto político histórico (clase obrera por ejemplo). Por lo tanto, para que haya política necesariamente deben existir sujetos concientes, ciudadanos deliberantes. Sin embargo lo que tenemos es un sujeto que se “hace visible”, que necesita mostrase exteriormente, superfluamente, para sentirse “ser”, pero sin tener conciencia de su conciencia. Todo tiene significado en un aquí y en un ahora. Necesito mostrarme, necesito que me vean para tener posibilidad de ser.

En cambio el sujeto político, el actor conciente de su rol histórico, es un sujeto que se construye a partir de su subjetividad, de su interioridad, no requiere  mostrarse como cosa vista, sino que trasciende por sus ideas. Pero esto es un anacronismo que la sociedad posmoderna no tiene como marco referencial para enfrentar las relaciones societales. Ello por cierto, también se refleja en el trabajo social. Una despolitización que ha significado un repliegue del sujeto social al mundo de lo estrictamente privado, pero absorbido por la fetichización del consumo, como la única alternativa de encontrarse con si mismo. En consecuencia, este proceso de despolitización se ha traducido en un alejamiento de los actores sociales de la discusión y decisión política, o en el mejor de los casos, los ha ubicado en un escenario –o en un rol- de simples espectadores .Y  paradojalmente, lo político sigue negado, siendo por tanto esto, como una estrategia política de dominación. Pero esta es una  forma simbólica de dominación, no explícita como lo fue en dictadura. El neoliberalismo se ampara en otros medios, de carácter simbólicos, pero tal vez más peligrosos, ya que como bien lo dice Bourdieu (2003: 80-81), “la dominación simbólica es una forma suave de dominación que se ejerce  con la complicidad arrancada por la fuerza (o inconciente) de aquellos que la sufren”.

Pero esta despolitización y privatización, son dos caras de una misma moneda, es decir, de  una ideología dominante y hegemónica, como lo es el neoliberalismo. Incluso podríamos decir que existe una privatización y racionalización –en sentido weberiano- de lo político en un contenido claramente mercantilista (elecciones de acuerdo a la relación costo-beneficio). Por lo tanto, lo político dominado por el ethos neoliberal,  cuando no es negado, se transforma en una elección  individual, ajustada a intereses individuales y no a un proyecto de sociedad. En otras palabras, estaríamos frente a un mercado de lo político, y los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales, al incorporar en su acción de lo político estarían desarrollando una acción racionalmente mediatizada a los intereses de una cierta elite.

Por lo tanto –haciendo un pequeño paréntesis- tomamos a Aguayo (1998), para decir que nuestra acción nos constituye en cogestores del poder, reafirmando con ello, que somos parte del sistema hegemónico. La misma autora plantea, además, que:

 

"…al analizar  las prácticas profesionales  de los trabajadores sociales, se capta que si bien ellas llevan implícito este vínculo (se refiere a lo ético-político), éstos no han sido desentrañados convenientemente porque no se ha cuestionado sus implicancias por parte  nuestra, los profesionales prácticos.  Se observa que se ha tendido a asumir  en forma exagerada las ciencias de acuerdo a las coyunturas sociales vigentes con una falta de criticidad de los aspectos ético-políticos que están presentes en la experiencia profesional".

 

Continuando con la reflexión que nos interpela este análisis, vemos que por un lado se niega lo político y por otro, de manera simbólica, se ejerce una acción de carácter estrictamente político, en donde el trabajo social, es  participe de una práctica política, que majaderamente es negada. Así como es negado en ciertos debates académicos el estatus científico del trabajo social o se le niega el proceso para avanzar en dicha línea desde la hegemonía al interior de las ciencias sociales. Pero siguiendo a Foucault (1991: 69) nos señala que:

 

“…no es en nombre de una práctica política como puede juzgarse la cientificidad de una ciencia (al menos que esta  pretenda, de un modo u otro ser una teoría de la política). Pero se puede, en nombre de una práctica política, cuestionar el modo de existencia y funcionamiento de una ciencia” (Paréntesis del autor)”.

 

Es decir, si estimamos que el trabajo social es una ciencia –sin entrar en el debate académico sobre ello- es a partir de la existencia, es decir del SER del trabajo social y su funcionalidad en cuanto a esa existencia, que podemos entrar a discutir ontológica y políticamente la acción del trabajo social. Incluso podríamos agregar que este análisis también vale, si se estima que la profesión es una tecnología social.

Entonces, a propósito de lo anterior, podríamos plantearnos las siguientes preguntas: ¿Para qué existe el trabajo social?; ¿a qué intereses responde? Frente a la pasividad, e irreflexión en el ámbito de la acción práctica del  trabajo social, ante las múltiples formas de exclusión, tanto objetivas como simbólicas, pareciera que su existencia tiene como finalidad constituirse en un mecanismo de control social, ante el riesgo de una explosión de conciencia social respecto de su condición de excluidos, que se traduzca en procesos liberadores de la misma; como síntesis, una transformación social. Por lo tanto, a lo que vendría responder es a los intereses de una elite ideológica dominante, que ha tenido el incuestionable logro de invisibilizar lo político, pero no dejando de hacer política, y en ello el trabajo social ingenuamente en algunos casos y concientemente en otros –me atrevo a señalar que así ocurrió durante la dictadura en Chile- ha desarrollado su acción (política) en beneficio de esta élite.

También podríamos advertir que la práctica de los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales evidencia una pasividad ante la preocupante expansión del neoliberalismo globalizante, que inunda e invade todas las prácticas de la vida social y cultural y de la vida cotidiana en palabras de Schutz (1964). Pero esta discusión no está presente en la acción profesional, ya que lo que interesa es cumplir con los objetivos definidos institucionalmente, y no cuestionar o filosofar sobre algo que no tiene sentido para la intervención científica, aséptica y objetiva. Esta pragmatización funcional de la intervención profesional[x], es en un sentido dialéctico, políticamente dominadora.

Pero ante este escenario de globalización neoliberal, resulta ilustrativa la repregunta de Garretón (2000), respecto de  quiénes son los que efectivamente se globalizan: ¿las sociedades y la gente o sólo sectores dominantes de ellos? Me atrevo a responder que toda la sociedad está globalizada, pero no todos se benefician equitativamente. Más bien todos y todas contribuimos a que unos pocos se beneficien de ella, pero de acuerdo con sus posibilidades adquisitivas, infectados por la lógica del consumo, que beneficia, por cierto, a los que más tienen, y que conlleva a  la darviniana consecuencia de generar cada vez más exclusión y desigualdad social. Es una nueva forma de esclavización, es la verdadera jaula de  hierro de la que nos hablaba Weber (2004)  en su crítica a la racionalidad instrumental, propia de la filosofía de la modernidad, que nos amarra al mercado como la única forma de ser. Por el  contrario, sin capacidad de consumir, no se es y por lo tanto se genera, como diría Castel (1997), una completa desafiliación social, es decir, la nada misma.

 

3.-Construcción de lo político en la  matriz neoliberal.


Garretón (2000:41) plantea la tesis de que hay una expansión de lo político, con todo el proceso de democratización en América Latina, pero aparece representado como un aumento en la participación en los procesos electorales, pero no como un mecanismo que permitan generar las condiciones para la transformación social, como una utopía revolucionaria. Su radio de acción –de la política- es cada vez más reducido. Y agrega Garretón (op. cit: 42) que hay un estrechamiento y debilitamiento “que tiene que ver con las transformaciones estructurales”. Esto trae como consecuencia, una desestructuración y atomización de la polis.

Las relaciones hoy se cimientan en la lógica del consumo, la información y la comunicación, no en lo político, aunque detrás -negado e invisibilizado- está lo político, como una microfísica de poder, parafraseando a Foucault. Pareciera entonces, que lo político sólo funciona en la esfera de lo político, entendido como un sistema de comunicaciones cerrado autopoiético, en un sentido luhmanniano. Como consecuencia de esto, es que se hace más difícil que el mundo de los excluidos pueda ser organizado o articulado en torno a una concepción de clase o “convocado ideológicamente en nombre de una relación de explotación u opresión a escala nacional”, como bien lo manifiesta Garretón (2000:47). La exclusión por sí misma, no ha logrado transformarse en un principio o mecanismo constituyente de una identidad que oriente una acción política. Para que esto pueda ocurrir, en la  sociedad neoliberal, es necesario romper con los ethos de esta ideología, por lo cual lo político o la reconstrucción de la sociedad política, necesariamente debe partir por la reconstrucción de la relación entre el estado y la sociedad (Garretón 2004, 2000; Borón 2003).

Pero en cuanto al rol que le cabe al trabajo social en tanto posibilidad de acción en la cotidianeidad, vale hacerse una pregunta de profundo contenido ético y político. Esta pregunta puede formularse de la siguiente manera: quienes prevén por medio de ciertos saberes o conocimientos científico-técnicos –en este caso los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales –las funestas consecuencias de la política neoliberal ¿pueden o deben permanecer en silencio? Esto, si lo abordamos tomando la finalidad del trabajo social en su sentido más clásico, resulta una evidente no-asistencia, a los sujetos en riesgo. Asimismo, esta supuesta neutralidad axiológica, se traduce en la práctica, en  un distanciamiento de aquellos sectores de la sociedad, que ven en los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales una posibilidad de ser escuchados o de ser acompañados en el proceso de mejoramiento de sus condiciones de exclusión. Y esto no tiene que ver sólo con una reflexión de carácter epistemológica, sino que es también de carácter político, por cuanto plantea la urgente necesidad  y el desafío de transformación de la organización social en la construcción y de producción de conocimiento. Asimismo, del hacer de ese conocimiento, de la finalidad, del uso de ese conocimiento. Se trata por lo tanto de cambiar el habitus[xi] del trabajo social.

 

Consideraciones finales y desafíos


Más que hacer conclusiones sobre los puntos puestos en discusión a lo largo del documento, estimo pertinente dejar planteado algunas consideraciones y desafíos, que los asumo además como una convicción personal. De estas convicciones personales, me surgió el atrevimiento de compartir con las trabajadoras sociales y los trabajadores sociales, que sientan también la incomodidad de verse enfrentado a prácticas cotidianas de  dominación, que les imposibilita desarrollar en el e­jer­cicio de la profesión una acción social transformadora. Pero también es la invitación a quienes se han negado la posibilidad una reflexión política o que nunca se habían cuestionado esta dimensión del trabajo social. Para todos y todas, la invitación a avanzar en un proceso de reflexión y cambio al interior del trabajo social, y en general de las ciencias sociales, que  se constituya en un aporte para el cambio societal.

Sustentado en mis utopías, que comparto con ustedes, que entender el trabajo social como una acción política conciente y racional en el quehacer cotidiano, debe ser pensado axiológicamante como una política progresista[xii], orientada a la transformación social con aquellos sectores en donde el neoliberalismo ha causado estragos, en donde muestra su verdadera cara, de indolencia y desprecio por los excluidos.

La acción política debe trascender a lo meramente estatal o la referencia a partidos políticos, y debe dejar de entenderse como una esfera en donde los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales no deben incursionar, porque ello sólo conlleva a la hipócrita negación que la acción de estos profesionales, no sea política, y que la exclusión social no sea producto de las condiciones estructurales generadas por una determinada elite dominante y hegemónica.

Hay un discurso de autonegación de la clase tanto del mismo sector con los cuales intervenimos, como de los trabajadores sociales que no se asumen como parte de la clase trabajadora.

Pensar el trabajo social como una práctica política, significa asumir el desafío de la construcción de nuevos puntos de partida, reconocimiento de nuevos espacios de actuación y apropiación de nuevos mundos de vida, de creación, de invención de  nuevos lenguajes y nuevas formas de pensamiento geopolítico que nos permitan deconstruir lo establecido al interior del trabajo social, para luego asumir el desafío de nuevas prácticas sociales, pero comprometidos políticamente con los sectores oprimidos.

Por esto es que estimo que, el trabajo social debe constituirse en la “conciencia crítica de la sociedad”. Debe hacer un permanente cuestionamiento crítico de la sociedad, de sus ideologías, y por lo tanto del mismo trabajo social, en cuanto representación  praxiológica de la(s) ideología(s).

Otro desafío a que nos llama esta reflexión, tiene que ver con romper con el estado de falsa conciencia de los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales, que conlleva a la enajenación de los profesionales que participan de la acción social transformadora. Esto además, se manifiesta en una constitución de un ser-profesional  no completo, porque no se puede pensar una acción social transformadora, si se está sometido a una ideología que cimienta su esencia en el individualismo y la anulación del otro, en una lógica darviniana de competencia y exclusión.

Por último, el gran desafío: romper definitivamente con los lasos invisibles que nos amarran a  la matriz capitalista neoliberal, y que nos empuja a desarrollar prácticas de dominación, y por lo tanto  nos constituye en un instrumento más de diciplinamiento y  dominación. Porque implícito en nuestras práctica está una manipulación burocrática del saber, el hacer y el poderUna vez liberado el trabajo social de su supuesto pecado original, podrá verdaderamente ser parte de los procesos de acción social, transformación, junto con los sectores excluidos

 

Bibliografía


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Barrantes, César (2007), “Del trabajo social a la trabajosocietalogía. Una provocación epistémica en tiempos de globalización, posmodernidad e imperio”, Ponencia magistral presentada al Seminario Internacional de Trabajo Social  Universidad Autónoma de Santo Domingo, realizado del 20 al 24 de mayo de 2007 con la cooperación dela Escuela de Trabajo Social de la Universidad Ryerson de Toronto, República Dominicana.

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Comentarios a la ponencia del profesor Luis Vivero.

“El rol político del trabajo social: un desafío de  ruptura con la matriz capitalista neoliberal”

 

Xiomara Rodríguez de Cordero 

 

La comunicación presentada en el I Foro Internacional y I Convención Nacional de los Trabajadores Sociales y Trabajadoras Sociales de la República Bolivarianade Venezuela por el profesor Luís Vivero, constituye un planteamiento crítico de la modernidad que nos introduce en la discusión epistémica del trabajo social, ubicando en su génesis la concepción racionalista, en tanto lógica que domina las ideologías desarrolladas con la modernidad.

Esta lógica racional de las ciencias humanas (entre ellas el trabajo social), tiene su fundamento en la cosmovisión liberal, expresada en la naturalización de la sociedad capitalista y del contexto colonial-imperial en el cual se originó el pensamiento liberal. En tal sentido, se explican las tesis presentadas por el profesor Vivero, según las cuales trabajo social, surgido desde el  interior del capitalismo, desarrolla prácticas sociales impregnadas por ideologías hegemónicas reproductoras de exclusión social, por consiguiente, tales mecanismos han actuado como elementos neutralizadores negando el rol político de esta profesión.

Pero su planteamiento no se queda allí, en consonancia con los cuestionamientos políticos y teóricos al pensamiento liberal promovidos desde el marxismo, exige al trabajo social emanciparse de la dominación ideológica del neoliberalismo, y asumir su inmejorable rol político e histórico en la dinámica social, y en la  utópica aventura de construir una sociedad más justa, más solidaria y más democrática.

De esta manera asume una posición histórica, superadora de las tradicionales descripciones historiográficas que relatan hechos y fechas dedicadas a adornar las secuencias en un orden natural. Asumir una posición histórica, como lo hace el profesor Vivero, implica pensar el trabajo social desde el momento histórico que acontece en la sociedad chilena en particular como parte de la sociedad latinoamericana. Un momento signado por relaciones de poder entre los recursos ideológicos dominantes y hegemónicos y los mecanismos de lucha de los sectores dominados.

En consecuencia, hace un llamado político al trabajo social chileno, llamado que trasciende al trabajo social venezolano y latinoamericano, reconociendo las similitudes y diferencias vivenciados en cada país, en cuanto a clarificar en quélado del conflicto se sitúa este profesional. Así interroga, no sólo a la profesión como tal sino, también a los actores sociales que encarnan esta práctica societal. Por tal motivo, al preguntarse por el ser del trabajador social y la trabajadora social cuestiona su accionar imparcial, objetivo, apolítico y a veces antipolítico, fundamentado en una racionalidad de carácter instrumental y tecnicista con sus implicaciones epistemológicas, ontológicas y axiológicas.

Históricamente, afirma Vivero, las trabajadoras sociales y los trabajadores sociales con nuestra acción nos constituimos en cogestores del poder; como parte del sistema hegemónico capitalista somos participes de una práctica política, que aunque negada, tiene como finalidad constituirse en un mecanismo de control ante los riesgos de explosión de la conciencia social de los excluidos. Un reflejo de esta práctica es la pasividad y el silencio de estos profesionales ante las consecuencias sociales de las políticas neoliberales que abundan en toda América Latina.

Frente a esta pretendida neutralidad de las trabajadoras sociales y los trabajadores sociales se develan diversas implicaciones en cuanto al carácter político y científico de sus prácticas, expresadas por un lado, en el alejamiento de sectores sociales excluidos, quienes ven en estos profesionales personas capaces de acompañarles en el proceso de mejoramiento de sus condiciones de vida, por el otro, en la negación del  estatus científico del trabajo social en ciertos debates académicos desde la hegemonía al interior de las ciencias sociales.

Igualmente, pone sobre el tapete un interesante debate en torno al pretendido rol de agente de cambio social, como una expresión más de dominación, por cuanto niega que los procesos de cambio se construyan desde la intersubjetividad en la interacción de los actores sociales concernidos. Considerarse agente de cambio social es proyectarse en el papel directivo de ser quien posee los conocimientos para producir el cambio social,

La sugerida discusión epistémica nos lleva, consecuentemente a las interrogantes siguientes:

ü  ¿Existen las posibilidades de una posición crítica y reflexiva que desemboque en el ejercicio del Trabajo Social como una acción social transformadora capaz constituir un aporte para el cambio social, esto es, una práctica política cuyo quehacer cotidiano se coloque al lado de los sectores excluidos más afectados por el neoliberalismo?

ü  ¿Podrán los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales asumirse como integrantes de la clase trabajadora asumiendo como proletariado su papel histórico de sepultureros del sistema capitalista? Y si lo hacen…

ü  ¿Estarán en condiciones de construir nuevos puntos de partida, reconocer nuevos espacios de actuación y apropiación de nuevos mundos de vida, de creación, de invención de  nuevos lenguajes y nuevas formas de pensamiento geopolítico que nos permitan deconstruir lo establecido al interior del trabajo social, para luego asumir el desafío de nuevas prácticas sociales, pero comprometidos políticamente con los sectores oprimidos?

Todo ello involucra a su vez un ejercicio de empoderamiento o facultamiento social que rompa con los lazos que nos amarran a la matriz capitalista neoliberal, que nos constituyen en instrumentos de diciplinamiento, control y dominación para llegar a ser parte de los procesos de transformación social, junto con las multitudes excluidas.

 




· Asistente social, licenciado en trabajo social con mención en desarrollo social y políticas sociales, magíster  en ciencias sociales aplicadas, doctorando en procesos sociales y políticos de América Latina, Universidad ARCIS. Docente de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Católica de Temuco y de la Universidad Tecnológica de Chile, sede Valdivia.
[i] Esto sin perjuicio de reconocer que desde la academia se  hacen permanentemente críticas al capitalismo y su posterior evolución al neoliberalismo. Ejemplo paradigmático de este intento por situarse en el lado contrario al capitalismo y desde ahí generar la transformación social, es el denominado proceso de reconceptualización del trabajo social. Pero en la práctica cotidiana, los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales, se ven enfrentados a la dominación burocrática instalada por el ethos neoliberal, y a la vez, producto de esto mismo, se transforman en instrumentos de dominación.
[ii] La Concertación de Partidos por la Democracia, es la alianza política que  enfrentó y derrotó a la dictadura de Pinochet, en el plebiscito  de 1988, y  desde 1990 está  en el gobierno. Este conglomerado de centro izquierda, está integrado por  el Partido Socialista (PS), el Partido por  la Democracia (PPD), la Democracia Cristiana (DC) y el  Partido Radical Socialdemócrata.
[iii] En este sentido pienso lo revolucionario como la utopía de hacer que lo imposible sea posible, y no simplemente de pensar que algo es posible.
[iv] Esta intervención se presenta como una irrupción en un determinada realidad, lo cual se fundamenta claramente en un lógica de poder, ya que el trabajador social y la trabajadora social están investidos de un cierto poder que, por un lado, se lo da su status de saber y práctica, y por otro la institución a la cual representa, lo que se traduce en un acción, muchas veces violenta, de penetración en el mundo más íntimo de sus objetos de intervención.
[v] Hago la distinción para notar la diferencia epistemológica que uno u otro término carga consigo.
[vi] La máxima expresión de esto se presenta en la formación entregada en las escuelas de trabajo social, en el periodo de dictadura (1973-1990), en donde  se produce  una involución teórico-metodológica, privilegiando la tecnocratización  por cualquier otra alternativa de acción social, particularmente omitiendo la formación de metodologías de intervención en la comunidad, y enfoques teóricos derivados del marxismo. Algunas escuelas, sin embargo  antes del retorno a la democracia, ya estaban reincorporando teorías sociológicas y antropológicas, que reconocían  en la comunidad las posibilidades de cambio social.
 
[vii] Asumiré este concepto en vez de intervención social, dado que este último tiene una connotación irruptiva y autoritaria. En cambio hablar de acción social transformadora, lo entiendo como situarse dentro de un proceso con otras alteridades en una relación horizontal, histórica y dialéctica
[viii] Simbólica o explícitamente, desde la institución se dan ciertos mensajes, en que el profesional sabe que debe moverse en una dirección y no en otra, o debe impedir que el proceso avance en otros sentidos que no hayan sido establecidos a priori por la institución, lo que a la vez responde también explícita o implícitamente a los intereses de  la ideología dominante.
[ix] Para no asustar a los más conservadores, vuelvo a aclarar que lo digo en el sentido de hacer que lo imposible sea posible, y no sólo pensar que algo podría ser posible
[x] Aquí utilizo intencionalmente este concepto, para ser irónicamente consecuente con el paradigma desde el cual se  sustenta la acción social.
[xi] Concepto desarrollado por Pierre Bourdieu, que, en un sentido bastante general, se refiere a un sistema de disposiciones socialmente construidas, estructuras sociales  a la vez estructurantes de lo social.
[xii] Foucault (1991) plantea que “una política progresista es una política que define para una práctica las posibilidades de transformación precisamente allí donde otras políticas sólo confían en la abstracción uniforme del cambio o en la presencia taumatúrgica del genio”.
 Xiomara Rodríguez de Cordero. Trabajadora social egresada de la Universidad del Zulia (LUZ), Magíster en Ciencias, doctoranda en ciencias humanas. Profesora de la Universidad del Zulia  e investigadora de la línea Representaciones, Actores Sociales y Espacios de Poder. Miembro del Consejo Directivo de RELATS.

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