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viernes, 27 de julio de 2012

IV Congreso Internacional - VII Congreso Nacional de Trabajo Social San José, Costa Rica, 5 a 7 de setiembre de 2007 “El Trabajo Social en las transformaciones sociales y estatales contemporáneas” Del trabajo social al trabajo societal. Notas para un encuentro con los estados sociales de derecho y de justicia


AUTOR: César A. Barrantes A. ♥
RESUMEN
En nuestra América las nuevas formas de las demandas de satisfacción de carencias y de potenciación de aspiraciones sociales están adquiriendo, cada vez más, un carácter societal y un sentido geo-bio-político que le está exigiendo a profesionales de la política, políticos técnicos, técnicos políticos, empresarios políticos y políticos empresarios así como a gerentes y operadores corporativos y sociales (dentro de los
que contamos a trabajadoras sociales y trabajadores sociales), capacidades estratégicas orientadas al logro de óptimos niveles de eficiencia, eficacia y efectividad en sus acciones e impactos sostenidos en la calidad y el modo de vida de las grandes mayorías poblacionales, en especial las de carácter étnico-populares. A
la luz de los profundos cambios en diversos países, este segundo lustro está caracterizado por intensas movilizaciones, significando con ello entornos de participación en los asuntos que hasta el pasado reciente eran concebidos como responsabilidad exclusiva de las entidades oficiales y empresariales y que hoy, cada
vez más, parecieran estar siendo progresivamente legitimados por el protagonismo de las mayorías antes excluidas. Es así que temas tales como el posdesarrollo, la neomodernización, la crisis de modernidad/posmodernidad, la globalización, la sociedad del conocimiento y el imperio, así como la refundación de los estados nacionales, la re-simbolización de los imaginarios y la generación de nuevas
prácticas de la política, la economía y la cultura, están siendo transversalizados por la configuración de un nuevo modo de relacionamiento de los estados latinoamericanos con las sociedades a las que respectivamente pertenecen, así como por nuevas formas de hacer economía, cultura y política, en especial la denominada política social y, por ende, de inéditos estilos de resolución de los problemas propios de la convivencia social. Se trata de desafíos epistémicos, éticos y geobiopolíticos que la realidad del estado, de los pueblos, naciones y sociedades latinoamericanas le están planteando a las universidades, a “la” ciencia, a la tecnología y específicamente a los trabajadores sociales y a las trabajadoras sociales, y el reto de éstos es abrirse a la invención de nuevas prácticas y artefactos estéticos y cognocitivos, entre los cuales se destaquen los aprendizajes cívicos y democráticos y la contribución al redespliegue y revaloración del capital
humanosocial en cada país.
DESCRIPTORES: momentos co-constitutivos de la sociedad, modo estatal de resolución de los problemas de la convivencia social, socioeconomía política de la política social, satisfacción de carencias, potenciación de aspi- raciones, trabajo societal.
Introducción
Se trata de un ensayo que tiene una base empírica sobre la cual venimos
reflexionando desde hace varios años a propósito del trabajo académico e
investigativo y el intercambio con colegas, académicos, estudiantes y trabajadores
culturales y sociales de diversos países, pero especialmente de la República
Bolivariana de Venezuela.
Nuestro propósito originario quedó plasmado con precisión en el resumen que
antecede a mi comunicación y que fue enviado a las organizadoras de un encuentro
internacional sobre trabajo social, academia y política social, al que no pude asistir
por diversos compromisos académicos nacionales e internacionales. Obligado a
posponer la escritura de esta comunicación y sin pretender adaptaciones o
modificaciones al proyecto originario, hoy con algunas palabras de más, la he
finalizado a sabiendas de que aún faltan muchos comentarios que decidí guardar en
el disco duro de mi computadora; ello a fin de volver sobre ellos en la versión final
que espero compartir con los asistentes al Congreso Internacional convocado por los
colegas costarricenses para setiembre de 2007.
No obstante mi azarosa promesa, modestamente he podido articular un discurso
coherente y diverso, no exento de algunas densidades propias del carácter novedoso
y crítico de mis planteamientos, que pudieran obligar a quienes decidan rescribirlos,
a detenerse en unos pasajes más que en otros.
Mi contribución ha sido estructurada en seis apartados. En los dos primeros
abordamos brevemente algunos de los enfoques sobre el estado (así con
minúsculas) que tuvieron mayor aquiescencia durante el tercio final del siglo veinte
en el mundo académico y político angloeuronorteamericano y latinoamericano, uno
de ellos: el estado bienestarista-desarrollista de factura cepalina, fundamento de la
política social que, funcionalizada por la lógica económica, constituyó a los
trabajadores sociales en operadores finalistas de los programas asistencialistas a lo
largo y ancho de nuestra América. Sobre la base del fracaso y deslegitimación del
modelo industrialista de la CEPAL, El tercero, La Realidad…En Fin…, da cuenta de
las brutales consecuencias de la furia neoliberal durante los treinta últimos años del
siglo pasado para, en el cuarto apartado, dar cuenta de los preanuncios de la
alborada latinoamericana que comenzó a visualizarse diferencialmente desde el
lustro precedente al siglo veintiuno. En el quinto, damos cuenta de los rasgos
esenciales del proyecto latinoamericanista significado por la eclosión de las
muchedumbres mayoritariamente étnico-populares que, hasta el presente, continúan
sinérgicamente profundizando la revolución constitucional y democrática en una
diversidad de países. Finalmente, planteamos algunos de los desafíos que los
cambios societales le están planteando al trabajo social, uno de ellos:
resemantizarse y refundamentarse, para comprender la direccionalidad y el
significado de las incipientes formas de producción de sentido implicadas en la
diferencia poscolonial y posimperial. Luego de presentar algunas provocaciones
epistémicas tales como la de constituir al trabajo social en una TRABAJOSOCIETALOGÍA
DE LA LIBERACIÓN, al final del documento aportamos una sintética bibliografía2, no sin
pueblos tienen que decir) que no esencializan, divinidizan ni absolutizan los entes ni las cosas tal cuales. A
este respecto, al igual que lo hago con términos como país, nación, sociedad, sociedad civil, biblia, dios,
santísimo, catecismo,… por OPCIÓN IDEOLÓGICA y no por desconocimiento del RAE (que no es
imperativo, normativo ni vinculante, como no lo son tampoco las “normas” de la APA ni las “normas” de la
Asociación Internacional de Escuelas de Trabajo Social ni la Federación Internacional de Trabajadores
Sociales para ningún país latinoindoafrocaribeño), escribo el término estado con minúscula en consecuencia
con la concepción intersubjetiva -no esencialista ni estructuralista ni fenomenalista- de las realidades
tangibles e intangibles que sólo son tales en tanto constructos societalmente construidos.
2 El estilo escogido para referenciar las fuentes es coherente en sí mismo y con el sentido de esta comunicación.
Si bien existen guías que tratan de imponerse como si fueran normas obligatorias, vgr. las denominadas
normas de la APA, estas son particulares y no universales; tampoco son las únicas “científicas” o
cientificistas que existen. Hay otras tan válidas como gustos hay. Ello no significa en modo alguno,
desconocer ni, mucho menos, menospreciar la diversidad de estilos bibliográficos con que los centros
académicos trasnacionales, globales e imperiales inundan nuestras academias al sur del Río Grande, lo cierto
es que las políticas editoriales colonializadas asumen e imponen acríticamente a sus “subcolonizados” dichas
“normas”. Ello en aras de asegurarse un reconocimiento o acreditación de los organismos de la sociedad del
conocimiento y de la información epistemológica angloeuronorteamericana, mas no de los dispositivos
académico-investigativos y de inteligencia social que adquieren sentido en la diferencia poscolonial y
posimperial. En nuestro caso, en cualquier circunstancia, aún cuando se trata de publicaciones periódicas
indexadas, sólo aceptamos dichas “normas” bajo protesta.

antes cerrar nuestro discurso con una breve inconclusión, tal como corresponde a la
lógica de mi pensamiento abductivo.
I. Enfoques Del Estado. Un Breve Recuento
Los decenios de los sesenta, setenta y aún los ochenta del siglo veinte fueron
testigos de un renovado interés político, económico y académico por los análisis del
estado en los diversos escenarios nacionales e internacionales. Fue así que pudimos
conocer una heterogénea constelación de autores y autoras, especialmente
marxistas, que contribuyeron a configurar una diversidad –polémica por lo demás- de
escuelas, enfoques y análisis de diverso nivel y alcance teórico e histórico, todas
ellas enfocadas hacia la mejor comprensión de las problemáticas que acuciaban, por
diversas razones, a cada uno de los autores.
Para los efectos de este trabajo, sólo mencionaremos cuestiones tales como las
siguientes:
• La naturaleza y la forma del estado,
• la relación entre la naturaleza y las funciones de éste dentro de la lógica del
proceso de la acumulación de capital –desde su salvaje origen hasta su fase
monopólica- en cada sociedad y en cada periodo histórico del capitalismo,
• la relación de los procesos de acumulación de capital con los mecanismos de
dominación, y la integración –unas veces contradictoria y otras funcional- del
estado en el interior mismo del circuito de acumulación privada de capital,
• los efectos del poder del estado en la reproducción del capital,
• los límites de la acción del estado y su autonomía respecto de la lógica del
capital;
• las discontinuidades y rupturas, el consenso y el disenso que –según diversos
autores- estaban presentes en el estado capitalista del periodo que se tomara
como objeto de estudio;
• el lugar privilegiado desde el que el estado desempeñaba su rol de mediador
entre capitalistas y proletarios pero a favor –conciente o inconcientemente- de los
primeros;
• la especificidad, separación y diferenciación de las esferas que podían ser
observadas según el lente del autor de que se tratara: lo político y lo económico,
lo social y lo cultural, lo público y lo privado, lo estatal, lo civil y lo doméstico;

• la lucha de clases como explicativa del desarrollo y las funciones del estado
capitalista,
• el dispositivo de la crisis instalado orgánicamente en el estado y en la
acumulación de capital y por lo tanto en la relación entre ambos. En este sentido,
una diversidad de autores, especialmente marxistas, procuraron –sin aplausos
aclamatorios- explicar políticamente el juego de fuerzas, antagonismos y
contradicciones a que se veía sometido el estado y, por ende, la relación entre la
democracia representativa como tipo de gobierno y las políticas keynesianas que
se formularon a propósito de la existencia del estado del bienestar.
Estos y otros aspectos problemáticos fueron, por lo general, analizados desde
posiciones reduccionistas y, a veces esquemáticas –algunas extremas y, otras,
moderadas- tales como el clasismo (lucha de clases), el economicismo y el
politicismo, unas, por lo general atrapadas por la lógica del sistema criticado o no
interesadas en salirse de los análisis del capitalismo y, otras, buscando opciones de
construcción de una sociedad socialista.
Algunas de las variadas escuelas, tendencias o enfoques que ocuparon mayormente
la atención en los escenarios internacionales, fueron los siguientes (Giordani 1993;
Oszlak y O’Donnell 1984, Laclau 1981; Oszlak 1980; Sonntag y Valecillos 1977;
O´Donnell 1974):
ESCUELA LÓGICA DEL CAPITAL O ESCUELA DE BERLÍN. A partir del concepto de capital y su
reproducción, este enfoque se planteó el problema del lugar específico estructural del
estado en la sociedad capitalista derivando el concepto de estado como forma
política del concepto de capital, sea, de la naturaleza de las relaciones capitalistas de
producción. El estado pasó a ser una categoría de la economía política en virtud de
lo cual se procuró detectar en la forma estado un modo específico de dominación de
clase.
LAS CLASES SOCIALES. El teórico más importante fue Poulantzas (1978) quien, a partir
de la separación específica de lo político, construyó el concepto de la autonomía
relativa del estado en la organización de las condiciones que permiten la
reproducción de las relaciones de producción capitalista, siendo su pregunta
generadora la de cómo compatibilizar la autonomía relativa del estado capitalista con
su carácter de clase. Para él esta autonomía tenía lugar siempre al interior a un
poder de clase ya que en la sociedad capitalista las relaciones entre las clases son
siempre antagónicas. Atravesado por estos antagonismos, el estado capitalista
organizaba, por un lado, al bloque de las clases dominantes y, por otro,
desorganizaba y dividía a las clases dominadas. En tal sentido, el estado fue definido
como una condensación de la relación de fuerzas entre las clases y su autonomía
relativa se construyó a partir de la distinción entre determinación en ultima instancia y
rol dominante así como de la particular articulación de niveles entre los económico, lo
político y lo ideológico, característica del modo de producción capitalista. En síntesis,
Poulantzas partió de la lucha de clases –a la que esencializó como motor de la
historia al margen de todo proceso empírico contingente- y de la articulación de
instancias propias del modo de producción capitalista para determinar el lugar
estructural del estado.
CAPITALISMO MONOPÓLICO DE ESTADO. Fue –y sigue siendo aún hoy- la concepción
característica de buena parte de los partidos comunistas ortodoxos. En términos
generales las diversas escuelas que integraron este enfoque, partieron de una
periodización del desarrollo capitalista que –según se postuló- se inició con la etapa
competitiva propia de la autorregulación y la libre concurrencia a través del mercado,
la cual, a través del progresivo proceso de concentración y centralización del capital,
desembocó en la fase monopólica y en el imperialismo, dándose así una creciente
fusión entre los intereses monopólicos y el aparataje del estado que determinaba el
contenido de clase de las políticas estatales.
LA TEORÍA CRÍTICA. Denominada también Escuela de Frankfurt, sus autores
incorporaron al marco teórico marxista el análisis weberiano del estado. Éste
cumplía, por un lado, la función de mantener el control social y, en consecuencia, la
integración social y, por otro lado, la función de incidir en el proceso de reproducción
del capital. Ambas funciones fueron asumidas por el estado ante la incapacidad del
sistema económico funciona de manera natural. Así pues, frente a la evidente
desigualdad estructural que caracteriza al sistema capitalista, se hizo necesario que
el sistema político interviniera ejerciendo el poder legítimo mediante la coacción
estructural. Pero esta intervención resultaba contradictoria de manera tal que las
contradicciones de la economía se desplazaban al sistema administrativo, el cual las
transformaba en déficit sistemático de las finanzas públicas. En el momento en que
la gestión de la crisis fracasaba, surgió una crisis de racionalidad y como esta
también fracasaba en la satisfacción de las necesidades de legitimación, se produjo
una crisis de legitimación o crisis sistémica por cuanto las expectativas de la
población excedieron la capacidad objetiva del estado para satisfacerlas.
LA CRISIS FISCAL DEL ESTADO. El representante más connotado fue O´Connor (1974),
quien planteó la imposibilidad de la autorregulación de la acumulación capitalista y,
por lo tanto, la necesidad de introducir variables políticas en sus análisis. Su premisa
fue que el estado en tanto elemento integrante del proceso de acumulación,
desempeñaba dos funciones elementales y recíprocamente contradictorias: asegurar
la rentabilidad de la acumulación y legitimar el sistema mediante la armonía social.
Lo anterior quiere decir que debido a que la acumulación de capital era considerada
decisiva para la reproducción de la estructura de clases, la legitimación implicaba la
mistificación del proceso y la represión y cooptación del descontento social causado
por la demanda insatisfecha de una mayor actividad estatal y, por lo tanto, del
aumento de los gastos sociales del estado. De allí la contradicción fatal significante
de la crisis fiscal: los ingresos para satisfacer el incremento de las necesidades
sociales no siempre estaban a la mano, puesto que la plusvalía generada por la
acumulación capitalista no estaban (aún hoy no lo están) socializadas.
LA ESCUELA NEORRICARDIANA. Sus proposiciones surgieron a partir de algunos
problemas de la teoría económica marxista, en especial la célebre cuestión de la
transformación de los valores en precios, intento en el que Marx fracasó a causa de
la imposibilidad de cuantificar la transformación de los valores de los costos en
precios de producción. Este es el punto de partida del neorricardianismo, que
comienza considerando las relaciones técnicas de producción y construye un sistema
de ecuaciones simultáneas en el que los precios se relacionan con la tasa de salarios
y la tasa de ganancia. Un aporte esencial de este enfoque fue la concepción de la
lucha de clases como un proceso empírico contingente.
RECAPITULANDO esta breve descripción, las dos funciones, esenciales aunque
contradictorias, que realizaba el estado para garantizar las condiciones generales del
proceso de acumulación fueron, por un lado, la garantía de la explotación económica
y, por otro, la constitución de las bases de la dominación política e ideológica de la
fuerza de trabajo asalariada y no asalariada.
1. En la perspectiva de la explotación, mediante la acción planificada de mediano
plazo del estado, se identificaron tres formas de participación de éste en la
acumulación del capital:

• la del "estado garante", referido a cómo el estado mediaba en la relación capitaltrabajo
desde la fase competitiva o de libre concurrencia del capitalismo hasta su
fase monopólica de estado. Esta intervención aseguraba las condiciones mínimas
de existencia de la clase proletaria, condiciones que dependían del grado de
desarrollo de la sociedad capitalista de que se tratara y de la capacidad
organizativa de la fuerza de trabajo, pero esencialmente, de los altibajos de la
tasa de ganancia, y, al influjo de este vaivén, de la fluctuación de los mecanismos
de la explotación –aún hoy- cuasinormalizados obsenamente mediante el uso
cotidianizado de insospechadas formas represivas y coercitivas. Ello para
preservar la relación capital-trabajo de la cual el estado era (y sigue siéndolo) juez
y parte aunque en la práctica pudiera actuar como si representara imparcialmente
a ambas partes de la relación.
• La del "estado interventor" caracterizado por su participación planificada de
mediano plazo en tanto soporte y regulación de la actividad privada: promoción,
construcción de infraestructura y provisión de servicios especialmente
denominados asistenciales, educacionales y científico-tecnológicos.
• La del "estado productor-acumulador" mediante la cual éste no sólo actuaba
como productor directo de bienes y servicios, sino también como participante de
la acumulación privada mediante la constitución de los denominados circuitos de
acumulación pública o estatal.
2. En la perspectiva de las bases de la dominación política garantizadas por el
estado desde los intereses de los sectores en el poder, se conocieron dos tipos:
• La coerción política, planteada como la base de dominación requerida para
mantener y redimensionar el sistema de explotación mediante el uso de la fuerza
simbólica, imaginaria, sicológica, física, militar, policial o civil.
• El estado benefactor o de bienestar, caracterizado como el uso del poder del
estado para modificar la reproducción de la fuerza de trabajo asalariada y no
asalariada mediante planes, es decir, políticas planificadamente desagregadas en
programas, proyectos y operaciones de seguridad (social, individual, pública,
jurídica), educación, salud, vivienda y la resolución de los problemas más
urgentes relacionados con la segregación, exclusión y marginalización en los
ámbitos sociales, regionales y culturales. Asimismo, mediante planes

diferenciales y focales según grupos y conglomerados sociales, contentivos del
cálculo de viabilidad física, política, financiera y social.
II. El Estado En El Pensamiento Latinoamericano
Valga la ocasión para expresar un breve comentario en relación con algunos
enfoques no marxistas, tales como el de la Comisión Económica para América Latina
(CEPAL), organismo de Naciones Unidas de gran influencia durante la segunda
mitad del siglo veinte.
Me refiero a la concepción instrumentalista del estado compartida con variantes por
marxistas y no marxistas de unos y otros continentes: para los primeros, el estado es
el instrumento de la explotación y dominación de las clases subalternas ejercida por
la burguesía para impedir la revolución que iría a terminar con el capitalismo; para los
segundos, es el instrumento del progreso y el bienestar y el garante de la democracia
y la justicia.
Si bien dicha concepción tuvo su punto de partida en el Manifiesto Comunista y sin
negar sus indudables méritos y contribuciones en lo que se refiere a la sociología de
la clase burguesa y a los análisis del ejercicio instrumental del poder, los estudios de
los aparatos del estado y la estructura de la arena burocrática en donde se dirimen
los poderes técnicos y políticos, la planificación normativa, estratégica y operativa de
las políticas estatales, etc.), importa señalar su carácter ahistórico en tanto se centró
casi exclusivamente en la materialidad del estado, es decir en sus aparatos, entes o
instituciones en y a través de la cuales se producen las políticas estatales o públicas
y materializa el modo de relacionarse el estado con la sociedad; y si aquél es un
instrumento-objeto-cosa-ente que puede ser apropiado por quien tiene el poder de
apropiación, la visión instrumentalista no permitió pensar mediaciones,
contradicciones ni antagonismos en el interior mismo del estado.
Tanto para marxistas como liberales, cepalinos, estructuralistas y funcionalistas
durante casi todo el siglo veinte, el instrumentalismo fue paradójicamente asimilado y
hasta complementado con la concepción epifenoménica del estado -versión secular y
por lo tanto derivada de la cosmovisión de éste como esencia teologal, de origen
judeocristiano. En otros casos fue asumida como dependiente, ya que el estado fue
reducido a un mero instrumento de la dominación de clase precisamente en la
medida en que se supuso que las clases en tanto fuerzas sociales sustantivas y sus

antagonismos fundamentales se constituían en el nivel económico y utilizaban al
estado como herramienta exterior para el logro de sus fines.
Pero en la realidad de los análisis en los que la pureza epistemológica era la premisa
privilegiada, la concepción instrumentalista resultaba contradictoria con la visión
epifenoménica, ya que si se le asignaba al estado la virtud de ser un instrumento
eficaz para arreglar las relaciones de fuerza entre las clases en la sociedad
capitalista, no podía ser un mero reflejo de tales relaciones (Laclau 1981, 47-49). Sin
embargo el pensamiento latinoamericano hegemónico de mediados y finales del siglo
veinte, construyó un discurso que naturalizó la relación entre la concepción teologal
del estado y la visión instrumentalista de éste (en la cosmogonía o mitología
judeocristiana las esencias teologales –divinas o satánicas- se presentifican y
materializan; asimismo, el denominado hijo de dios pudo efectivamente ascender en
cuerpo y alma al reino de los cielos) como base de legitimación del proyecto
desarrollista.
Veamos algunos de sus elementos fundamentales (Barrantes 1986), dado que el
trabajo social quedó articulado orgánicamente a la práctica de los estados
desarrollistas de factura cepalina y a la modernidad dependiente que se legitimó a
partir de los años sesenta, constituyéndose a los trabajadores sociales y a las
trabajadoras sociales en operadores o intermediadores finalistas supuestamente
exclusivos de las relaciones asistenciales de las agencias oficiales de política social
con la creciente población excluida de los frutos del crecimiento económico.
El modelo societal ideal. Durante el decenio de los ´60 y ´70 del siglo veinte, éste
fue coincidente con la imagen del capitalismo como la más buena, moderna,
productiva, eficiente y eficaz sociedad industrial tecnológicamente avanzada,
completamente fluida y abierta, atravesada por una de las revoluciones más
sobresalientes de la época moderna: el auge del urbanismo en el cosmos occidental.
Según esta imagen, el capitalismo era el único sistema natural auténticamente
autorreferencial que hacía posible el cumplimiento de la gran promesa de
industrialismo: maximizar la acumulación de capital y la elevación del ingreso per
cápita; optimizar la calidad de las condiciones y expectativas de vida, la democracia y
la libertad absoluta de la totalidad del género humano.
La democracia como consenso indeterminado. El buen gobierno y la certidumbre
hecha verdad estaban completamente asegurados en virtud de que las denominadas

políticas económicas, sociales y de desarrollo así como la política y lo político eran
innecesarios dada la eficacia de las fuerzas espontáneas del sistema. Gracias a
éstas tampoco existía la necesidad de discutir ante la opinión pública acerca de la
acumulación de capital, porque ésta se cumplía y se resolvía por su propio impulso
en la evolución capitalista.
El estado como esencia teologal. Tal era la eficiencia de la organización
productiva, que el estado era una esencia teologal ya no digamos epifenoménica o
superestructural, sino, absolutamente etérea e indeterminada; su racionalidad no
pasaba, por lo tanto, por la intervención en los asuntos terrenales concernientes a las
decisiones individuales ni, mucho menos, por la dinámica autónoma de la
acumulación de capital. El estado teologal no tenía razón alguna para corporeizarse
porque los hombres se comportaban según los Mandamientos secularizados de la
Ley divina y encarrilaban sus esfuerzos hacia el logro pleno de las bondades
inequívocas del mítico reino terrenal de la verdad, la justicia, el trabajo, la libertad y la
democracia denominado capitalismo.
La mano visible de la providencia. La razón de ser de la democracia era la
autenticidad misma con que la máquina divina del conocimiento científico-tecnológico
se transustanciaba en capital, inversiones productivas, maquinaria y manufacturas,
así como en nuevas formas de organizar el proceso de trabajo y las relaciones de
producción. El sistema económico-industrial con el que se identificaba la democracia
tenía asegurado por sí, las soluciones posibles a la cuestión social, considerada esta
como el conjunto dinámico de las preferencias inequívocas expresadas en las
decisiones individuales de productores y consumidores. Ahora bien, sólo en la
medida en que el equilibrio dinámico, el pleno empleo de los recursos, la
espontaneidad de las leyes objetivas que gobernaban el sistema capitalista se veían
perturbados; asimismo, cuando las relaciones sociales atravesaban especiales
circunstancias tales como debilidad sindical, demandas excesivas de las
organizaciones, incremento de fuerza de trabajo poco calificada, etc., que podían
hacer peligrar el aumento sostenido de las remuneraciones reales y dejar expuesta la
distribución del ingreso al desajuste temporal de las fuerzas espontáneas de la
economía, la acción reguladora, el arbitraje neutral del estado se imponía como
necesario por la fuerza misma de las cosas. Esto significaba que el estado teologal
se podía transustanciar en un dispositivo automático de intervención contingente sólo

para restaurar los equilibrios y seguridades perdidos del impresionante mecanismo
espontáneo de precisión que era la economía capitalista. Cumplido lo anterior y en la
medida que las fuerzas espontáneas se corregían, el estado transitoriamente
materializado, automáticamente recuperaba su carácter teologal.
Del estado benefactor al leviatán. Conforme se incrementaban las
determinaciones de las cada vez más profundas insuficiencias dinámicas de las
economías latinoamericanas, se iba conformando una trayectoria pendular en la que
se traslapaban dos nociones generales: el estado cosa-objeto, instrumento ya no al
servicio de la burguesía clásica, sino, de las ambiguas clases medias empresariales,
y el estado-sujeto, sujetado a una representación apriorística que lo obligaba a
contribuir eficazmente a la realización de los intereses mesocráticos de aquéllas. En
virtud de ello toda su tarea se cifraba en el uso eficiente de su inventiva, para crear
nuevos instrumentos de acción democrática y llenar de inmediato los cuadros
demarcados en los planes de la actividad pública y privada; asimismo, para
incorporar al sistema democrático y de libre empresa privada el principio socialista de
la economía planificada por el estado, pero constituido en técnica valorativamente
neutra mediante la denominada programación racional de la economía.
La utopía mesocrática. El eje cepalino estado-clases medias planteó como
problema las relaciones entre la planificación del programa económico, diseñado por
los especialistas y asumido por los gobernantes de turno, y el estado industrial
democrático representativo respetuoso de los derechos humanos y las libertades
individuales. En este sentido, el estado era la instancia técnico-política por excelencia,
el comisario que organizaba y administraba el plan a través del cual la falange
capitalista con vocación igualitaria controlaba el aparato productivo y la dirección
moral e intelectual del resto de las clases sociales.
El sujeto de la fábula. El progreso científico-tecnológico generaba imperativos de
cambio que afectaban irresistiblemente a todas y cada una de las estructuras,
organizaciones e instituciones, las cuales eran alteradas en su base, desgajadas y
desplazadas hacia los escenarios funcionales a la civilización occidental. Ello a los
fines de que la más moderna tecnología productiva emanada de las sociedades
industrializadas, encontrara el terreno propicio para trasegar sus frutos. Esta
concepción teleológica fue compartida tanto por cepalinos, funcionalistas,
estructuralistas y marxistas ortodoxos y aún hoy a inicios del siglo veintiuno continúa

siendo reiterada por la ortodoxia marxista del trabajo social (Barrantes 2006), no a
propósito de quien tiene la verdad, sino, porque la idea evolucionista de progreso
como crecimiento-desarrollo lineal y ascendente de las fuerzas productivas y la
perfectibilidad de la democracia y la historia misma, es una entelequia de hondas
raíces judeo-cristianas; éstas se encuentran en la base misma de la civilización
denominada occidental, de la cual Engels y Marx al igual que el cepalismo de la
segunda mitad del siglo veinte, son productos connotados. De allí que para la CEPAL
el paso hacia un superior estadio de desarrollo capitalista se realizaba gracias a las
leyes naturales de la economía y de las fuerzas espontáneas del progreso industrialtecnológico
(el desarrollo de las fuerzas productivas de Marx). La lucha clasista del
movimiento obrero fue sustituida por la lucha por el valor agregado, pero ya no para
ungir al proletariado como sujeto revolucionario, sino, a la falange de hombres
dinámicos y competitivos que supuestamente estaban decididos a asumir los riesgos
que estaba demandando la gran empresa trasnacioanal que implicaba la instauración
del capitalismo en Latinoamérica. Tarea portentosa que se traduciría en un proceso
transitorio conducente desde el círculo vicioso de la pobreza y el subdesarrollo hasta
la plenitud del círculo virtuoso del desarrollo y la riqueza. Para su cumplimiento
solamente se requería contar con un sistema educativo eficiente, la tecnología
organizacional y los instrumentos técnico-administrativos y ético-políticos del estadosujeto
cosificado, comendador-planificador…y la detonación expansiva de lo que se
denominó el Gran Empuje que significaría la Alianza para el Progreso: el portentoso
programa de transferencia masiva e intensiva de capital especialmente privado y de
la más moderna tecnología productiva desde los países centrales.
III. La Realidad…En Fin…
A inicios de los años setenta del siglo veinte la sociedad tecnológica, desarrollada y
abierta capitalista autónoma no se habían producido en nuestra América. La gran
brecha existente entre la opulencia y el subdesarrollo se mostraba abismal. Sin
embargo, en un contexto geopolítico cooptado por las empresas trasnacionales, la
CEPAL continuaba clamando por una segunda Alianza para el Progreso y un
segundo Gran Empuje industrial-tecnológico; su punta de lanza sería ya no el
tradicional financiamiento endeudador de los años precedentes, sino, el nuevo capital
privado denominado Cooperación Internacional. Asimismo, clamaba por el desmanIV

telamiento del proteccionismo estatal y por una rígida disciplina de desarrollo, sea, el
esfuerzo sistemático necesario para realizar las reformas, vencer el estrangulamiento
y la dependencia tecnológica y financiera, promover las exportaciones, ahorrar para
invertir, adaptar y crear tecnología productiva, ejecutar con eficiencia el plan de
desarrollo socioeconómico, etc. Esta propuesta de política comenzó, en coincidencia
con el discurso monetarista neoliberal de la Escuela de Chicago, a postular no sólo el
desmantelamento sino la desmaterialización del estado latinoamericano para liberar,
de una vez y para siempre, la iniciativa y la competencia abierta de la empresa
privada supuestamente sofocada por el excesivo proteccionismo estatal. Mientras
tanto, los aciagos vientos de la crisis de la economía mundial preanuncian la quiebra
del sistema monetario internacional y la pérdida de paridad del dólar estadounidense
respecto al patrón oro; aunado a lo anterior, los países del Cono Sur, teniendo como
talón de fondo el desprestigio intelectual del populismo y el neoclasicismo
económico, se preparaban para servir de escenario principal a ciertas expresiones
extemporáneas del burocratismo autoritario y el neoliberalismo monetarista que se
impusieron por la fuerza bruta de la represión político-militar, tal como lo demostraron
los regímenes sangrientos de Chile, Brasil, Argentina, Uruguay... Fue sí como el
decenio de los años setenta y hasta los noventa del siglo pasado significó para
Latinoamérica una larga y tenebrosa noche: entre otras cuestiones, la cooperación
internacional sirvió para incrementar obscenamente la tasa de ganancia de los
capitales privados y trasnacionales al mismo tiempo que la asistencia militar no
desarrolló procesos democráticos: simplemente los sepultó con alguna relativa
excepción a lo largo de nuestra América.
IV. Nunca Está Más Oscuro Que Cuando Va A Amanecer…
Ya en los ochenta pero especialmente después de la denominada década perdida,
en los noventa, nos encontramos con la constatación de que un final había llegado:
el de los grandes proyectos, metarrelatos y promesas –especialmente tecnológicasde
la modernidad. Ante la ofensiva neoliberal que contribuyó efectivamente al
desmantelamiento del ya deslegitimado estado desarrollista, asistencialista y
bienestarista, los impactos brutales de la megadeuda externa, la polémica sobre la
posmodernidad, la globalización y el neoliberalismo como estrategias imperiales, la
construcción de sociedades estadofóbicas y ante un horizonte pletórico de

desesperanza e impotencia, eclosionaron las prácticas mercadotécnicas y
neoasistencialistas de movimientos sociales, especialmente de clase media y de las
denominadas oenegés como contrarreferencia al movimiento y a la organización
especialmente étnico-popular.
Fue así como amplios sectores de población se vieron liberados de sus
constricciones sistémicas, de su sentido histórico y de sus sueños en sociedades
destituidas a su vez de sus propias determinaciones. Dentro de estos conglomerados
diversos grupos de trabajadores sociales y trabajadoras sociales, expulsados del
alero protector del estado y autorreferenciados en sus propios mundos de
sobrevivencia y de vida, se vieron compulsados a ejercer -así fuera en su propio país
o en el exilio- el trabajo social que les era posible dentro de los límites que les
estaban dados: el del fragmento, la no praxis, el no discurso sistémico, el
microfundamento sin macroexplicación. De allí la plétora de nuevos espacios, nuevas
demandas de servicios y competencias profesionales, nuevas añoranzas y formas de
ejercicio profesional y nuevas formas de pensar, vivir y reaprender el arte de ejercer
su oficio sin agendas de debates prestablecidos y sin fraguas de modelos
alternativos -mucho menos hegemonizantes-, lo que de manera genérica e
inintencional nos habló menos de LA práctica social y DEL trabajo social y más de
sus plurales que, hoy como ayer, se nos presentan desarticulados, discontinuos,
encapsulados y, por ello promisorios. Promisorios porque en una perspectiva
geoespacio-temporal, lo que hoy lleva aún la marca de la desarticulación propia del
divide-y-vencerás neoliberal, mañana, al influjo de los nuevos tejidos sociales y
vasos comunicantes que se vienen construyendo en diversos países, quizás
nuestras competencias teóricas, técnicas, políticas y éticas (mediatizadas aún por las
estructuras sicosociales y simbólico-culturales que la larga noche neoliberal creó en
diversos sectores poblacionales a los cuales pertenecen no pocos trabajadores
sociales y trabajadoras sociales en diversos países) nos permitan poner las prácticas
sociales de sobrevivencia y de vida, de investigación y acción que se realizan en el
campo problemático que es el trabajo social mismo, no sólo a tono con el actual
cambio de época signada por el rebasamiento de la modernidad y su
ontoepistemología anglo-estadounidense-eurocéntrica, sino, constituir aquellas en
acordes de la obra polifónica, polisémica, policrómica, polimórfica –valgan los giros
metafóricos tomados de la música, la plástica y la lingüística- que pueblos, naciones

y multitudes están componiendo y ejecutando creativamente al ritmo de las
alternativas potenciadas por la diferencia poscolonial y posimperial.
El decenio de los noventa del siglo pasado y el septenio actual son testigos de
nuevos y profundos cambios de la cartografía política, social, cultural y económica
latinoamericana. El neoliberalismo está de capa caída en diversos países,
especialmente suramericanos en donde los grandes conglomerados humanos que
habían hecho vida en el fragmento y construido allí nuevas subjetividades e
imaginarios, se vieron interpelados políticamente por el estado y la nación,
apareciendo nuevas articulaciones del estado, el sistema político, el mercado y la
sociedad civil ahora fundadas sobre lo micro y lo local, que revolucionan los
dinamismos sociopolíticos y culturales, otrora desactivados por las dictaduras
militares y los gobiernos neoliberales.
El neoliberalismo en tanto ideología legitimadora del capitalismo, ha quedado
deslegitimado en diversos países: la República Bolivariana de Venezuela, Brasil,
Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Ecuador y Nicaragua. La derrota del ALCA o
TLC por el ALBA (la Alternativa Bolivariana para la América liderada por Venezuela)
y el proyecto en marcha de la integración de la Patria Grande, una de cuyas
cristalizaciones fundamentales ha sido el repotenciamiento del Mercado Común del
Sur (MERCOSUR), la creación de la Unión de Naciones del Sur (UNASUR) y una
serie de instrumentos jurídicos, financieros (Banco del Sur) y energéticos
(Petroamérica, Petrocaribe) sobre la base del pensamiento, la praxis y el testimonio
de vida de Simón Bolívar y de los líderes y liderezas de nuestros procesos
independentistas de ayer, hoy y de siempre, ha vuelto a poner sobre la palestra de la
discusión intercontinental el papel de las multitudes étnicopopulares, a las que se
vienen sumando amplios sectores de clases medias y altas, que han construido –
valgan los términos sicoanalíticos- registros imaginarios, simbólicos y reales distintos
a los de los años sesenta y setenta del siglo pasado.
Hoy hay nuevos ámbitos constituyentes de nuevas subjetividades y sensibilidades,
nuevos sujetos y actores sociales especialmente étnico-populares que han venido
construyendo vínculos con las nuevas fuentes de constitucionalidad, legitimidad,
legalidad, institucionalidad, estatalidad, nacionalidad y continentalidad; de allí que los
momentos co-constitutivos de la sociedad concebida en su conjunto más inclusivo
imaginable: la nación, el gobierno, el sistema político, el régimen jurídico-político, el

escenario electoral, el mercado, la denominada sociedad civil, la vida cotidiana, la
esfera doméstica y el estado mismo en sus relaciones con el sistema mundo hoy
globalizado, neoliberalizado e imperializado, han venido dejando de ser espacios
declarativos o, mejor dicho, no-lugares para las clases subalterno-étnico-populares,
para ser ocupados multitudinariamente como escenarios concretos de organización
democrática, protagónica y de forja cotidiana de nuevas formas incipientes no
capitalistas de hacer geobiopolítica, geobiojusticia, geobioeconomía, geobiocultura,
geobiociencia…y geobiotrabajo social.
V. El Dislocamiento De Las Plataformas Societales
La realidad actual de nuestra América es muy distinta a la de las últimas décadas del
siglo pasado y, por ello, se están inventando lenguajes del estado y el sistema
político, de la sociedad civil y sus esferas pública, privada y doméstica, del mercado
y la empresarialidad que están apuntando más a una práctica de la ruptura con el
pasado que se nos impuso que a una ruptura con el presente que nos pertenece. El
salto cualitativo no lineal ni ascendente en nuestra América es tan profundo, inédito,
fracturante y de tan largo alcance, que la percepción generalizada es que hoy
estamos más cerca de un nuevo aquí y ahora como punto de partida, que del futuro,
futuro que -en tanto promesa tecnológica, enteléquica o teleológica, tal como fue
pensado desde la ontología, hermenéutica y epistemología (neo)modernas dentro de
las que se cuentan el marxismo, funcionalismo, estructuralismo, positivismo… y sus
neos-, resultó inviable a pesar de los pesares de la ciencia (neo)moderna y sus
nuevas tecnologías de la información y comunicación que siguen seduciendo a
diversos sectores de trabajadores sociales y de trabajadoras sociales.
En el sentido anterior, las nuevas sensibilidades de nuestros pueblos creadores
vienen significando que de lo que se trata en nuestra América total y profunda, es de
un cambio o corrimiento no lineal de plataformas (metáfora que tomo de Hardt y
Negri 2000) que nos evoca el de las placas tectónicas, con implicaciones
genoestructurales en el cartograma geopolítico mundial y, especialmente, en los
escenarios latinoamericanos. No se trata de un salto cuantitativo ni cualitativo lineal
ni regresivo ni ascendente que se pueda medir o ubicar en la cuadrícula cartesiana,
ni susceptible de soluciones racionalistas y economicistas que se pudieran extraer
del portafolio tecnológico de la ciencia moderna. Se trata, ni más ni menos, de la

constatación de que ya no es posible llegar a ningún lugar prestablecido ni utópico
abstracto, sino, simplemente de la construcción, en el aquí y ahora latinoamericano,
de nuevos puntos de partida, nuevos escenarios de actuación y apropiación del
presente, de adueñamiento del mundo de la vida como posibilidad de advenimiento
de una nueva alborada, de un nuevo amanecer cuya escenificación no es posible
realizar sin los propios actores que son al mismo tiempo sus propios autores,
directores, tramoyistas y coreógrafos: los pueblos, etnias y naciones especialmente
indoafrocaribeños, que durante quinientos y más años han sufrido la expoliación, el
genocidio, la expropiación, la imposición de identidades que no les pertenecen y
cuyo malestar contra la cultura del imperio y la muerte, está planteándole a los
trabajadores sociales y a las trabajadoras sociales, a los académicos, a las
universidades, a lo científicos, tecnólogos y humanistas un nuevo e inédito desafío
de tal envergadura y estructuralidad como nunca antes se nos ha presentado en la
historia continental, incluso considerando la importancia crucial que tuvieron los
movimientos sociales de los años sesenta y setenta del siglo pasado y la
denominada reconceptualización del servicio social, producidos al influjo del segundo
redespliegue industrial del capitalismo y, por ende, de recomposición del orden
mundial.
VI. Desafío Del Trabajo Social: Innovación O Repetición
Los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales desde hace más de un decenio
tenemos una deuda societal, no sólo con la praxis del trabajo social, sino, con los
sujetos-agentes-actores sociales en el nombre de los cuales se legitimó,
institucionalizó y reconceptualizó –aunque de manera inconclusa y dentro del
paradigma de la ciencia moderna y de la modernidad dependiente de loa años
sesenta del siglo pasado- el trabajo social.
Pero nuestro reto de siglo veintiuno, no es darle continuidad ni conclusión a lo que
quedó pendiente o a hacer realidad hoy, lo que pudo haber sido y no fue de las
tendencias reconceptualizadoras –muchos de cuyos corazoncitos aún palpitan con
bríos futuristas y algunos con no pocas añoranzas-, sino que, dentro del proyecto
continental que nuestras multitudes, clases, pueblos y naciones han puesto en
marcha, nuestro desafío es refundar, resignificar, resemantizar el campo
problemático que es el trabajo social, y si logramos trabajar el punto que nos separa

y divide de las propuestas societales de innegable sentido étnico-popular, que están
estremeciendo los cimientos (pos)oligárquicos, (neo)modernos, (pos)modernos y
hasta posmodernistas y posmodernizadores de gran parte de nuestros países,
estaremos colocándonos en situación de poder comenzar a dar inicio a un nuevo
trabajo social, mejor dicho un TRABAJO SOCIETAL, uno que desde mi tesis de
licenciatura (Barrantes 1979) y hasta hace poco tiempo llamé EL TRABAJO SOCIAL QUE
ESTABA POR HACERSE EN NUESTRA AMÉRICA LATINA, y que hoy feminizo y denomino, a
manera de provocación fraterna pero sin concesiones éticas, políticas ni
intelectuales, LA TRABAJOSOCIETALOGÍA DE LA LIBERACIÓN QUE ESTÁ SIENDO PUESTA EN
ESCENA EN ALGUNOS LUGARES DE NUESTRA AMÉRICA.
Con éste y otros términos significamos no necesariamente una propuesta rebuscada
de cambio de nombre del trabajo social, sino un cambio de su sentido que apunte a
la búsqueda de estrategias de articulación del carácter prudente y convivencial del
sentido común y la sabiduría popular con el carácter segregado y elitista de la ciencia
y la universidad (Santos 1996; Morin 1994), fundamento de una nueva concepción y
práctica del trabajo social, mejor dicho, de la trabajosocietalogía que estamos
simbolizando. Se trata de una provocación a la que le hemos asignado una doble
función:
1. Llamar la atención sobre la libertad que cada uno de nosotros tiene de querer
asumir los discursos modernos, globalizados, tecnocráticos, neoliberales e
imperiales de la universidad y de la ciencia, el compromiso que está implicado en
la refundación del trabajo social como profesión (esencialmente asalariada) y
disciplina (esencialmente técnica) académica, es encarnar la doble ruptura ontoepistemológica
que, permitiendo deconstruir la arrogante hegemonía de la ciencia
(neo)moderna pero sin perder la promesa que ella genera y frustra al mismo
tiempo, está significada en la producción, circulación y consumo de
conocimientos y saberes que, siendo prácticos no dejen de ser esclarecidos y
siendo sabios no dejen de estar socialmente producidos, pero fundamentalmente
democráticamente distribuidos (Santos, 1996; Morin, 1994) en el proceso mismo
de creación, traducción y satisfacción de necesidades (carencias y aspiraciones)
sociales (individuales y colectivas) y sistémicas (la sociedad considerada en su
conjunto más inclusivo).

2. Endogenizar –refundamentándolas- la doxa y la episteme, la mayéutica y la
fronesis, el logos y la nosis, la ontología y la hermenéutica en las prácticas
pensantes del trabajo social y, a riesgo de ser reiterativo, de lo que se trata hoy
en esta alborada de nuestra América latino-ibero-indo-afro-caribeña de siglo
veintiuno, es de un proyecto ético-estético y geo-bio-político de producción de
conocimientos y saberes a partir de las cuestiones que, desde las raíces
profundas de su sabia doxa multiétnica y pluricultural, mestiza y sincrética, nuestros
pueblos y naciones han colocado en la agenda de discusión nacional-internacional,
local-global.
Y este último elemento de carácter protagónico viene marcando una tendencia
definida a que los estados estadocéntricos o estadocráticos y las sociedades
estadofóbicas estén dando paso a estados sociocéntricos, es decir societalmente
centrados y, complementariamente, a sociedades tendencialmente integrales,
mayormente inclusivas y dispuestas a apropiarse del estado y la historia que les
pertenece. Asimismo, ha abierto la discusión sobre estados sociales, éticos, de
derecho y de justicia cuyo sujeto ya no es el sujeto cosificado de la carencia y la
cooptación, sino el sujeto de derecho, de dignidad, de reconocimiento en y por el
Otro, el sujeto de aspiración que desea autoafirmar su condición humana y ejercer su
libre voluntad de compromiso con la realización plena de su deber ser.
¿Cuáles son los desafíos implicados en el hecho descrito en el párrafo anterior y en
los procesos de cambio de época de los que estamos siendo arte y parte, así sea
que seamos o no capaces de soportarlos? Para los efectos de esta comunicación
puntualizamos los siguientes:
1. Relanzar, resemantizar y revalorar la relación ontocognocitiva del trabajo social
consigo mismo, con las comunidades productoras de conocimientos y saberes y
con el clima político-cultural e ideológico-simbólico de la época que recién
estamos comenzando a transitar a inicios del siglo veintiuno.
2. Transformar las leyes de ejercicio del trabajo social y de creación de colegios de
trabajadores sociales, a los fines de que dejen de ser instrumentos meramente
gremialistas, reivindicacionistas, corporatistas, economicistas y
representacionistas.
3. Refundamentar ética, ontológica, epistemológica y hermenéuticamente el trabajo
social y remitir sus inagotables formas de ejercicio científico, técnico, profesional,

académico y fundamentalmente ecosocial y biopolítico a las nuevas plataformas
de vida democrática participativa y protagónica.
4. Relanzar la figura unitaria pero plural, democrática y transdisciplinariamente
integralizadora de los colegios nacionales de trabajadores sociales, instaurando
en el ejercicio del trabajo societal mismo la ética de la eficiencia, de la efectividad
y del redespliegue de las capacidades innovativas de trabajadores sociales y
trabajadoras sociales sobre la base de su involucramiento en los asuntos que les
concierne como ciudadanos, académicos, estudiantes y profesionales.
5. Instaurar novedosos dispositivos de poder compartido en los colegios de
trabajadores sociales tales como los observatorios nacionales de política social y
las redes sociales de participación y contraloría social, mediante los que podrían
vincularse orgánicamente al proceso constituyente de sus respectivos países.
6. Instaurar afinamientos éticos, políticos, académicos y científicos que fortalezcan y
promuevan, por un lado, el desarrollo decidido del trabajo social en tanto práctica
societal disciplinaria, interdisciplinaria, multidisciplinaria y transdisciplinaria de la
intervención-acción-implicación societal, y, por otro lado, la dignificación,
regulación y relanzamiento del ejercicio de los diplomados, bachilleres
universitarios y técnicos medios y superiores y licenciados en trabajo social con
posgrados o sin estos; asimismo, de los profesionales que realizan el trabajo
social por otros medios: técnicos y licenciados en promoción social, educación
social, orientación social, mediación social y familiar, terapia social, gerencia
social, gestión social y local, pedagogía social, desarrollo humano y otras
carreras que son consustanciales al trabajo societal.
7. Optimizar la formación y capacitación, el facultamiento y la habilitación integral de
los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales para ejercer su oficio de
manera competente, agregarle valor a su praxis profesional y, por ende, a las
capacidades innovativas de las organizaciones de trabajadores sociales y
trabajadoras sociales.
8. Innovar formas de ruptura de los encapsulamientos que mantienen bloqueada la
invención indómita de amplios grupos de trabajadores sociales y de trabajadoras
sociales; ello a fin de, por un lado, constituir al trabajo social en una práctica
social transdisciplinaria multilateralmente alimentada por los conocimientos de la
ciencia-técnica y los saberes étnico-populares, y por otro lado, construir los

fundamentos de una onto-epistemo-hermenéutica del acompañamiento a pueblos
y naciones (sujetos individuales y colectivos que incluyen a trabajadores sociales
y trabajadoras sociales) en sus proyectos de reproducción social e individual pero
esencialmente de vida y apropiación de las realidades que les pertenece. Dicha
epistemología se refiere especialmente a lo siguiente (Barrantes 2002; 2006):
a) Los modos en que las sociedades alimentan recíprocamente la satisfacción de
carencias y el potenciamiento de aspiraciones sociales con el desiderato
humanizador del vínculo social o conjunto de relaciones sociales considerado en
su conjunto más inclusivo, la protección y fortalecimiento de la biodiversidad y la
autosustentabilidad del globo terráqueo.
b) El debate fraterno pero sin concesiones éticas, políticas ni intelectuales entre
verdades, conocimientos y saberes, como base de creación y redespliegue de
sociedades sociocráticas de estado social de democracia participativa y
protagónica, derecho y de justicia.
c) La construcción de una cultura de paz, justicia, multietnicidad, pluriversalidad e
integración fraterna sobre bases eco-geo-políticas fundamentales del desarrollo
biosicosocial, cultural y económico endógeno y autosustentable.
d) La construcción de mundos de vida fundados en la práctica cotidiana del bienestar,
bien-ser, bien-tener, bien con-vivir, de la solidaridad, cooperatividad,
fraternidad, equidad y justicia y de las normas que regulan y potencian la
convivencia pacífica en sociedad
e) La construcción de bienestares y plenitudes individuales y colectivas que se
basen en el ejercicio inalienable de la democracia, libertad de conciencia y de
pensamiento, del derecho a la propiedad, diferencia, autonomía, soberanía y al
disenso.
A Modo de Inconclusión
Hemos seguido nuestra propia subjetividad y realizado un recorrido mediante seis
apartados que nos han servido proyectar espectros de una problemática crucial para
los trabajadores sociales y las trabajadoras sociales, sin pretender llegar a respuestas,
mucho menos contundentes.
Quizás en ese recorrido hayamos ofrecido la impresión de complicar más que facilitar
la comprensión de los desafíos implicados en la convocatoria del Congreso
Internacional convocado por los colegas costarricenses. El material discursivo
trabajado y las limitaciones de tiempo sólo nos permitió confrontarnos con la posibilidad
de las respuestas que están por construirse conjuntamente con quienes se apropien
del texto, lo rescriban y relancen de cara al desafío societal que tenemos de reinventar
el futuro de nuestra América y, por ende, del trabajo social, mejor dicho, del trabajo
societal que seamos capaces de pensar con nuestros propios lenguajes: los que
emanen de nuestra vinculación sinérgica con los proyectos de vida de los pueblos y
naciones latinoamericanos.
Es lo que, como provocación epistémica, denominamos sin ambages la
trabajosocietalogía de la liberación (así con minúsculas pues no significamos
esencialismo alguno) que, en algunos lugares de nuestra América, está siendo
puesta en escena.
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